viernes, 11 de noviembre de 2011

La eficacia de 'Phineas y Ferb'

Hay tantas razones por las que Phineas y Ferb es muy grande que no sé ni por dónde empezar a hablar de sus cualidades. Y es que estoy seguro de que si digo que es una serie de Disney Channel protagonizada por dos hermanos que, para divertirse en las vacaciones de verano, se dedican a construir cualquier tipo de artefacto mientras su hermana Candance trata de chivarse de lo que hacen no convenzo a nadie. A simple vista, Phineas y Ferb parece una serie infantil normal y corriente, pero nada más lejos de la realidad. Los responsables del proyecto tuvieron claro desde el primer episodio lo que querían hacer: un producto inteligente, con altas dosis de humor absurdo y que no tratase al espectador como un estúpido (a pesar de que su audiencia potencial sean niños). Y lo consiguieron hasta tal punto que el fenómeno fan desatado alrededor de estos dos no se limita al público infantil.

Para crear a los personajes, los guionistas decidieron llevar ciertos tópicos al límite y ridiculizarlos (el agente secreto, la adolescente histérica y el genio malvado). Perry el Ornitorrinco y el doctor Doofenshmirtz, sin duda las estrellas del show, protagonizan su trama paralela, en la que se explotan recursos humorísticos como la vergüenza ajena y el surrealismo que rara vez se encuentran en una serie para niños. Y, además, es más metarreferencial que ninguna de las comedias que se emiten actualmente. Ni Cómo conocí a vuestra madre, ni Cougar Town, ni siquiera Community hacen guiños a episodios anteriores con tanta frecuencia, facilidad y naturalidad. Detrás de la sencilla aunque cargada de personalidad animación de Phineas y Ferb hay mucho talento.

Algo que también llama la atención es cómo evoluciona la serie. Aunque su estructura es absolutamente procedimental, no es nada rígida, y lejos de acomodarse en su esquema trata continuamente de innovar. Es de alabar cuando en un principio parecía que la serie iba a sufrir un reseteo constante al final de cada episodio (como Los Simpson). La relación entre Candance y Jeremy, la rivalidad de Perry y Doofenshmirtz o la amistad entre Baljeep y Buford son tres de los frentes mejor trabajados en una serie en la que, paradójicamente, los dos protagonistas son los personajes más planos, algo que suplen sin problemas con mucho carisma. Cada aspecto está muy cuidado, y con semejante esfuerzo tras ellos no es de extrañar que Phineas y Ferb ya tengan su propia película (que aquí en España se estrenó en cines) y hasta su propio talk show en el que entrevistan a personajes famosos.

Evidentemente, mi vena infantiloide tiene mucho que ver con la simpatía que me provoca esta serie, pero no miento al asegurar que no sólo he logrado esbozar alguna sonrisa mientras la veía, sino que he soltado más de una carcajada con ella. A lo mejor soy muy raro, pero estos tres hermanos (porque Candance, junto a Doofenshmirtz, es una importante fuente de patetismo) y su mascota son tan entrañables y divertidos que estoy seguro de que no hace falta tener diez años para disfrutar como un enano con ellos. Al principio la dejé puesta un par de veces por casualidad en Disney Channel. Luego empecé a ponerla aposta de vez en cuando. Ahora hasta me descargo algunos episodios, pero es que en el área de los tres estados son infalibles cuando se trata de ponerme de buen humor. Y, aparte de contar con un humor más inteligente que el de, por ejemplo, Dos hombres y medio y Reglas del compromiso, tiene momentos musicales genialísimos.


jueves, 10 de noviembre de 2011

'Friends' y el significado de la amistad

Cuando uno ve los primeros episodios de Friends se sorprende de muchas cosas. Phoebe era muy inocente y, más allá de sus múltiples excentricidades y misticismos, tenía buen fondo. Tanto que era capaz de devolver un dinero que el banco le había ingresado por error. Chandler ya recurría al humor y la ironía para protegerse, pero no fue hasta más adelante que su personaje fue retratado como alguien patético. A Monica le gustaba la cocina y se preocupaba siempre por que la casa estuviese limpia, pero aún no había aflorado en ella ese trastorno obsesivo-compulsivo que más tarde veríamos. Ross, en cambio, se mantuvo a lo largo de la serie en la línea en la que lo quisieron conducir desde un momento. Un tipo extraño que renegaba de la soltería y que, tras romper con Carol, deseaba por encima de todo volver a casarse. Ignoraba entonces que cumpliría este sueño… varias veces. Lo mismo ocurrió con Joey, básicamente estúpido, ligón y con buen fondo: desde el principio se nos mostró como realmente sería. Y, por último, teníamos a Rachel Green, el único personaje que siguió una evolución natural inversa a la del resto: de tener una personalidad extrema (rica, malcriada y caprichosa) a suavizar su carácter.

Como en toda serie, los mismos guionistas se van dando cuenta a lo largo de los episodios de qué es lo que funciona. Como la personalidad de cada uno de los personajes era única, decidieron explotarla al máximo, y mentiría si dijese que en las últimas temporadas no estuvieron todos a punto de rozar la caricatura de sí mismos. Si empiezo hablando de Phoebe, aparte de porque es mi personaje favorito, es porque su inocencia dio paso al egoísmo, gustando además su personaje de ridiculizar a sus amigos (siendo Chandler el blanco de muchas de sus burlas). Sin embargo, este fuerte contraste entre cómo se nos muestran los personajes al principio y cómo lo hacen al final convierte a Friends en un producto más realista si cabe. Los protagonistas, al igual que hacemos nosotros, no se muestran tal como son desde el primer momento. Cuando tratamos de caer bien a alguien explotamos los rasgos más amables de nuestra personalidad y escondemos nuestras manías y excentricidades bajo varias capas que sólo saldrán a relucir cuando nuestra relación sea lo suficientemente estrecha.

Y, sin embargo, Friends fue muy grande. Enorme. La progresiva polarización de las personalidades de los seis amigos que tomaban café en el Central Perk fue hasta cierto punto lógica. Rachel se suavizó porque aprendió a ser independiente. Los demás personajes reaccionaron como les correspondía a las situaciones que la vida les presentaba: Chandler se volvió progresivamente más patético conforme sus amigos descubrieron que bajo su capa de sarcasmo se escondía una fuerte debilidad; Monica siempre fue una obsesa del control, lo cual explotó más adelante en su matrimonio y en su trabajo como chef; Ross cada vez era más autocompasivo, pero es que tres divorcios deben de marcar mucho; Phoebe aprendió que no debía dejarse pisotear por nadie, y que sin renunciar a sus principios debía dejar de ser tan inocente; y Joey… siguió siendo Joey.

Friends tenía risas enlatadas, y era una comedia de situación con tres escenarios. Y aún hoy, cuando todo el mundo las critica como si les fuese la vida en ello, no he oído a nadie quejarse de que le impedían disfrutar de la serie. A mí, sinceramente, las risas son algo que no me estorba, como no me estorba que los escenarios sean pocos y los planos limitados, porque el Central Perk y el piso de Monica se convirtieron en lugares acogedores en los que poder sentirse como en casa. Lo que hizo de Friends algo tan grande no solo fueron sus guiones (que podían estar más o menos acertados), sino una química impresionante entre los seis actores que hacía creíble cualquier escena grupal. Combinaciones como Chandler y Rachel, Joey y Ross o Chandler y Phoebe eran poco habituales a lo largo de las diez temporadas, pero en ningún momento nos chocó verlos juntos, porque siempre supieron transmitir entre ellos esa complicidad que convirtió su amistad en la más real que se ha emitido en la pequeña pantalla. Y por eso, por vieja que empiece a verse 15 años después, es difícil ver un episodio de Friends sin una sonrisa en la boca (aunque sea de la novena temporada).