jueves, 10 de noviembre de 2011

'Friends' y el significado de la amistad

Cuando uno ve los primeros episodios de Friends se sorprende de muchas cosas. Phoebe era muy inocente y, más allá de sus múltiples excentricidades y misticismos, tenía buen fondo. Tanto que era capaz de devolver un dinero que el banco le había ingresado por error. Chandler ya recurría al humor y la ironía para protegerse, pero no fue hasta más adelante que su personaje fue retratado como alguien patético. A Monica le gustaba la cocina y se preocupaba siempre por que la casa estuviese limpia, pero aún no había aflorado en ella ese trastorno obsesivo-compulsivo que más tarde veríamos. Ross, en cambio, se mantuvo a lo largo de la serie en la línea en la que lo quisieron conducir desde un momento. Un tipo extraño que renegaba de la soltería y que, tras romper con Carol, deseaba por encima de todo volver a casarse. Ignoraba entonces que cumpliría este sueño… varias veces. Lo mismo ocurrió con Joey, básicamente estúpido, ligón y con buen fondo: desde el principio se nos mostró como realmente sería. Y, por último, teníamos a Rachel Green, el único personaje que siguió una evolución natural inversa a la del resto: de tener una personalidad extrema (rica, malcriada y caprichosa) a suavizar su carácter.

Como en toda serie, los mismos guionistas se van dando cuenta a lo largo de los episodios de qué es lo que funciona. Como la personalidad de cada uno de los personajes era única, decidieron explotarla al máximo, y mentiría si dijese que en las últimas temporadas no estuvieron todos a punto de rozar la caricatura de sí mismos. Si empiezo hablando de Phoebe, aparte de porque es mi personaje favorito, es porque su inocencia dio paso al egoísmo, gustando además su personaje de ridiculizar a sus amigos (siendo Chandler el blanco de muchas de sus burlas). Sin embargo, este fuerte contraste entre cómo se nos muestran los personajes al principio y cómo lo hacen al final convierte a Friends en un producto más realista si cabe. Los protagonistas, al igual que hacemos nosotros, no se muestran tal como son desde el primer momento. Cuando tratamos de caer bien a alguien explotamos los rasgos más amables de nuestra personalidad y escondemos nuestras manías y excentricidades bajo varias capas que sólo saldrán a relucir cuando nuestra relación sea lo suficientemente estrecha.

Y, sin embargo, Friends fue muy grande. Enorme. La progresiva polarización de las personalidades de los seis amigos que tomaban café en el Central Perk fue hasta cierto punto lógica. Rachel se suavizó porque aprendió a ser independiente. Los demás personajes reaccionaron como les correspondía a las situaciones que la vida les presentaba: Chandler se volvió progresivamente más patético conforme sus amigos descubrieron que bajo su capa de sarcasmo se escondía una fuerte debilidad; Monica siempre fue una obsesa del control, lo cual explotó más adelante en su matrimonio y en su trabajo como chef; Ross cada vez era más autocompasivo, pero es que tres divorcios deben de marcar mucho; Phoebe aprendió que no debía dejarse pisotear por nadie, y que sin renunciar a sus principios debía dejar de ser tan inocente; y Joey… siguió siendo Joey.

Friends tenía risas enlatadas, y era una comedia de situación con tres escenarios. Y aún hoy, cuando todo el mundo las critica como si les fuese la vida en ello, no he oído a nadie quejarse de que le impedían disfrutar de la serie. A mí, sinceramente, las risas son algo que no me estorba, como no me estorba que los escenarios sean pocos y los planos limitados, porque el Central Perk y el piso de Monica se convirtieron en lugares acogedores en los que poder sentirse como en casa. Lo que hizo de Friends algo tan grande no solo fueron sus guiones (que podían estar más o menos acertados), sino una química impresionante entre los seis actores que hacía creíble cualquier escena grupal. Combinaciones como Chandler y Rachel, Joey y Ross o Chandler y Phoebe eran poco habituales a lo largo de las diez temporadas, pero en ningún momento nos chocó verlos juntos, porque siempre supieron transmitir entre ellos esa complicidad que convirtió su amistad en la más real que se ha emitido en la pequeña pantalla. Y por eso, por vieja que empiece a verse 15 años después, es difícil ver un episodio de Friends sin una sonrisa en la boca (aunque sea de la novena temporada).

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