jueves, 29 de diciembre de 2011

Los ricos también lloran

Se comenta últimamente que, con la crisis que atravesamos, los espectadores necesitamos reírnos y evadirnos de la realidad. Los datos les dan la razón: Modern Family es la serie más vista de la parrilla norteamericana, 2 Broke Girls y New Girl han sido dos exitazos e incluso en España, series como La que se avecina o Aída, con una audiencia modesta, han despuntado en los últimos meses. Ahora bien, esto no tiene que ser necesariamente una consecuencia de la situación económica.

Es curioso, sin embargo, ver cómo otro tipo de productos está teniendo mucho éxito recientemente: los dramas de época protagonizados por gente adinerada. El ejemplo más claro lo encontramos en Downton Abbey, la serie británica de Julian Fellowes que ha dado la vuelta al mundo (ha tenido éxito hasta en nuestro país), ha gozado de unas críticas excelentes y se ha hecho con unos cuantos Emmy. Pero no el único caso: la maniquea Criadas y Señoras se convirtió este verano en el éxito silencioso del año en Estados Unidos, y hasta en España Gran Hotel dio la campanada. Y, al fin y al cabo, si hay un mensaje común que podemos extraer de ellas es que el dinero no da la felicidad, que los ricos también sufren y que los millones no les evitan continuos disgustos. Quizá por eso también está gozando de cierto éxito Revenge.

Estará cogido con pinzas, y probablemente no será consecuencia de la crisis económica, pero llama la atención no sólo el éxito, sino también la atención mediática que reciben estos productos. Todo esto me pasaba por la cabeza mientras veía la primera y excelente temporada de Downton Abbey, que se estrenó el año pasado (yo y mi retraso particular).

Una de las mejores bandas sonoras que he escuchado en la televisión, una fotografía preciosista y cuidadísima, unos guiones extraordinarios con un ritmo endiablado y tener entre sus filas (los personajes se cuentan por decenas) a la magnífica Maggie Smith, cuya figura asocio inevitablemente a la de la profesora McGonagall de Harry Potter (aunque su carrera cinematográfica sea mucho más extensa), deberían de argumentar por sí solos el éxito y la unánime aclamación, pues pocas cosas se le pueden achacar a esta brillante producción histórica. Aún así, hay que admitir que es tremendamente divertido ver cómo los Crawley pueden perder su dinero de un momento a otro y cómo muchos de ellos viven amargados a pesar de tener un sirviente personal que les abre y les cierra las puertas cuando entran a las habitaciones.

Pero me gusta especialmente cómo huye del maniqueísmo, colocando a personajes “buenos” y “malos” en ambos sectores sociales. De hecho, manejan las personalidades grises como nadie, y la mayor parte de los personajes combinan rasgos positivos y negativos: el rencor, la envidia, la compasión, la inocencia... Un par de excepciones serían, sin duda, John Bates, la personificación del bien, y Thomas, una rata de cloaca con forma humana.

Sea como fuere, Downton Abbey, además de retratar el impacto social de eventos como el hundimiento del Titanic o la I Guerra Mundial, es enormemente adictiva. Porque, no nos engañemos, los acontecimientos que dan el pistoletazo de salida a la trama poco tienen que ver con lo que sucederá más adelante, y simplemente sirven de excusa para construir un drama de personajes con muchos tintes culebronescos. Eso sí, muy bien hecho.

viernes, 23 de diciembre de 2011

La asfixia tecnológica

Desde hace tiempo, el ser humano viene preguntándose si la evolución tecnológica en la que la sociedad se encuentra sumergida tocará techo en algún momento. La experiencia previa nos ha demostrado que no, pues hasta ahora hemos ido evolucionando de manera progresiva y, si cabe, cada vez más rápido. Y al tiempo que este progreso se hace notorio, son más las voces que dudan de que la tecnología no nos sobrepase. Con la vocación de ahondar en estos temas apareció Black Mirror, la miniserie de tres episodios que Charlie Brooker estrenó hace unas semanas en Channel 4 y que emitió este domingo su último episodio.

Cuando se estrenó The National Anthem, el primero de los tres episodios (que son completamente independientes y sólo tienen en común el protagonismo de la tecnología), ya intuíamos que Black Mirror podía ser algo grande. A los tres minutos el WTF? es inevitable. Es probablemente el episodio con más mérito de los tres: se sitúa en el presente y nos muestra la influencia de las redes sociales e internet en el mercado actual de la información, para acabar con una reflexión sobre la hipervisibilidad y las consecuencias que provoca en unos espectadores cada vez más necesitados de estímulos.

El segundo episodio, 15 Million Merits, sin duda el más futurista (me recordó inevitablemente a In Time), es mucho más directo e incluso llega a dar miedo desde el primer plano: la vida constante frente a una pantalla. La sensación de claustrofobia, resignación e impotencia se palpa en el ambiente. Da miedo porque es el resultado de extrapolar de manera directa la evolución que hasta ahora ha tenido el protagonismo de la tecnología en nuestra vida. Ver cómo se utiliza todo esto no ayuda. Sinceramente, sentí una gran liberación al acabar de verlo y volver al mundo real.

El tercer y último capítulo, The Entire Story of You, del que me permito contar un poco más de la trama porque es mucho más predecible, plantea un mundo en el que todos tenemos implantado un chip en nuestro cerebro que graba y almacena todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. A caballo entre el presente y el futurismo, nos hace preguntarnos hasta qué punto es útil la tecnología y si en algún momento no dejaría de mejorar nuestra calidad de vida para empezar a empeorarla.

Lo bueno de Black Mirror es que no sólo tiene los pies mucho más en la tierra que otros productos similares y huye de los artificios, sino que además apoya el relato en historias cotidianas (como el amor o los celos exagerados en una pareja) para que afecte al espectador de manera directa. Disfruta de un guión magnífico y, sobre todo, consigue su cometido: que nos lo pensemos dos veces antes de que la tecnología vaya ganando terreno en nuestra vida cotidiana. ¿O es ya irreversible? No lo sé. Lo que sí sé es que Black Mirror no va a dejar indiferente a nadie, y que más allá de los problemas de ritmo que pueda tener (el segundo episodio es algo lento y para colmo dura más que los demás) te atrapa desde el principio y no te suelta hasta llegar al final. Y tiene muchos momentos WTF?, al nivel de True Blood o AHS. En serio.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mis series del 2011

Al final, y aunque no he visto Homeland (estoy en ello), me he atrevido a publicar la minilista de las que, en mi opinión, han sido las mejores series del año, explicando brevemente (o eso he intentado) por qué las considero lo más destacable de este 2011. Aunque sea algo completamente subjetivo y poca gente esté de acuerdo, ahí va:

DRAMAS

1) The Good Wife: La serie del matrimonio King se ha mantenido a lo largo del año en la cresta de la ola. En mayo nos ofrecieron una recta final frenética y, en septiembre, volvieron con las pilas cargadas, mostrándonos a una nueva Alicia. Durante estos últimos once episodios, al tiempo que indagaban en la naturaleza del cambio de la protagonista, los secundarios se han intercambiado el protagonismo, demostrando que todos ellos están escritos con una dedicación admirable. Sin duda, esta es la temporada de un Cary Agos cada vez más turbio y una Diane Lockhart muy racional a la que cada vez le cuesta más sostener los pilares de su bufete. Me quito el sombrero.

2) American Horror Story: Siempre aclarando lo bien que me lo pasaba con ella, no he parado de criticar a Ryan Murphy y su nueva obra a lo largo del otoño. Algunos giros me chirriaban un poco, predispuesto a encontrar en ella los mismos fallos que en Glee. Tras ver el penúltimo episodio la semana pasada, me vi obligado a hacer fe de erratas. Sabiendo a dónde querían dirigir el relato, American Horror Story me parece bastante redonda. No es solo un cúmulo de excesos, sino que sabe manejar el drama de los Harmon de manera excelente cuando ha hecho falta. Y no solo Connie Britton, Jessica Lange y Frances Conroy están soberbias, sino que Taissa Farmiga es el descubrimiento del año.

3) House: El médico creado por David Shore cansa bastante a algunos y además ha perdido a parte importante del reparto. Sin embargo, House sigue siendo una serie de calidad. Este procedimental médico, que se codea con las grandes cuando rompe sus esquemas y nos regala un episodio diferente (como el comienzo de esta temporada), mantiene unos guiones excelentes en cualquiera de sus capítulos. La psicología, las convicciones sociales, las relaciones… Todo es mucho más interesante bajo la óptica de un personaje con cada vez más aristas que Hugh Laurie sigue bordando. Y las nuevas secundarias son lo suficientemente interesantes como para no aburrirnos.

COMEDIAS

1) Modern Family: Dirán que no es para tanto y que los premios Emmy que gana son desproporcionados, pero a título personal es la serie que más me hace reír. Espero como agua de mayo los jueves para reírme durante veinte minutos con los Dunphy y los Pritchett, y siento que me falta algo las semanas que están de parón. Todos los personajes tienen algo, y hasta los episodios supuestamente más flojos me hacen soltar una carcajada. Enormes.

2) Parks & Recreation: Descubierta y maratoneada hace muy poco, he caído en las garras de Leslie Knope, la política más honrada, inocente y divertida de la actualidad. Amy Poehler es la mejor actriz cómica del momento, Andy y April son los Ross y Rachel de la década, Ron Swanson es la parte de mí que a veces mantengo escondida y Chris Traeger ha conseguido lo imposible: que Rob Lowe me caiga bien. Pawnee es, sin lugar a dudas, la mejor ciudad del mundo.

3) Cougar Town: Aunque esta plaza estaba reservada para The Big C y la soberbia Laura Linney, tengo que hacer un hueco a Jules Cobb y al resto de mis amigos. Esta comedia, cuyo maltrato es directamente proporcional a su grandeza, merecía su hueco en mi lista personal, sobre todo porque llevo desde mayo como un yonki esperando mi dosis, y porque los episodios que se emitieron en primavera de este año fueron los mejores de la serie. La manera en que este grupo consigue hacerte partícipe de sus vidas y coñas internas es única en el panorama televisivo. Ah, y Victoria Grayson no es la reina de la maldad, porque ese puesto ya lo ostenta Ellie Torres.

domingo, 11 de diciembre de 2011

'Fringe': Si nos volvemos a ver...

Los directivos de la Fox nos han dejado sin el último episodio del año de Fringe y, como yonkis que somos, les odiamos por ello. Pero la verdad es que, pensándolo fríamente, son todo ventajas. Puede que no nos hayan dejado un cliffhanger de infarto, pero quedan nada menos que quince episodios para emitirse entre enero y mayo, lo que implica menos parones en la emisión. Y esto es bueno por dos motivos: menos semanas con el síndrome de abstinencia y, lo que es más importante, menos erosión de audiencia.

Ya sé que a estas alturas hablar sobre una posible salvación de Fringe es casi utópico, y que esas audiencias no las vería con optimismo ni Chris Traeger, pero en enero, cuando Walter, Peter y Olivia vuelven a las pantallas, hace frío. Con el mal tiempo la gente no sale, y quienes grababan la serie en septiembre y octubre puede que se decidan a verla en directo. Las audiencias podrían subir levemente hasta lo mínimamente aceptable (y no desgastarse mucho al no haber demasiados parones). Con un poco de la benevolencia que los directivos han mostrado con esta serie y mucha predisposición por parte de la Warner tenemos una quinta temporada corta para cerrar tramas.

Los guionistas de la serie, por su parte, siguen construyendo una obra maestra de la televisión. No se dejan vencer por la presión y manejan el relato como quieren. La nueva vuelta de tuerca está sentando de maravilla a los personajes, y las posibilidades que el propio concepto de Fringe entraña se están explotando con mucho ingenio. Y, además, por primera vez en cuatro años, sabemos un poco más de lo que saben los personajes (o creemos saberlo), con lo que la forma de afrontar los capítulos es también nueva.

Y es que en todo este tiempo han probado tantas cosas con excelente resultado (comenzó como un procedimental, luego construyó una mitología, creó una efectiva química grupal, aumentó la serialidad y redujo las dosis de adrenalina cuando creyó conveniente en favor del relato, se adentró en terrenos pantanosos y salió airosa, quemó trama a marchas forzadas para relajarse en esta nueva etapa y contemplarse a sí misma desde otro ángulo) que da pena que el viaje no vaya a durar mucho más.

Necesito que Fringe cumpla 100 episodios, y necesito ver a todo el reparto celebrándolo (vaca incluida), que una sonrisa de Anna Torv vale millones y en la serie nos ofrecen pocas. Pero quizás para curarme en salud me planteo una cancelación a sangre fría, sin que todo se cierre, y no me parece tan horrible. Porque por más que sea una obra que necesite un broche de oro que dé un sentido a todo, el transcurso ha sido tan emocionante, emotivo, divertido y reflexivo que por sí solo habrá merecido la pena. Que sea lo que Fox quiera, que además yo no podré enfadarme con ella después del regalo que nos hizo renovándola el año pasado, cuando sus audiencias ya eran malas.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

'The Good Wife' y la angustia de Alicia Florrick

Nota: Spoilers del último capítulo de The Good Wife.

El episodio de The Good Wife del domingo fue un zas para todos aquellos incrédulos que, desde que empezó la temporada, se han atrevido a dudar de la serie del momento. Junto con Fringe, la serie protagonizada por Alicia Florrick (papel que, recordemos, le ha valido un merecidísimo Emmy a Julianna Margulies) es capaz de ofrecernos los episodios más intensos de la televisión. Y con el listón tan alto que dejó al acabar susegundo año, no es de extrañar que ahora los seguidores esperásemos impacientes un nuevo estallido.

Ya se han escrito ríos de tinta sobre ello: The Good Wife es en sí una tensa red de relaciones que, de vez en cuando, acaba estallando. Pero que no veamos el interior de los ascensores en todo momento no significa que este loable drama legal haya perdido fuelle. Disfrutar con esta serie no es aplaudir al terminar de escuchar un soliloquio, sino más bien ponerse de los nervios cuando un personaje levanta una ceja o mira a través de un cristal. No hay llantos ni gritos, pero sí una enorme diversidad de emociones perfectamente presentadas.

Y el episodio del domingo, si fue brillante, fue por todo lo que vimos antes. La desaparición de Grace fue tan angustiosa porque una semana antes Jackie había acusado a Alicia de desatender a sus hijos. La suegra no es trigo limpio, y un hecho puntual como este puede ser el argumento que necesita para intentar que le retiren la custodia a Alicia. No hemos visto todavía las consecuencias, pero no creo que esto quede en un susto (porque en The Good Wife nada pasa porque sí). Y, por cierto, aún nos queda por ver qué papel juega Peter, que de momento se le ha visto muy comprensivo y racional.

Por otro lado, la relación entre Alicia y Kalinda sigue tibia y tensa, pero la investigadora aún no ha renunciado a su amistad, como nos dejó claro con esa sonrisa al final de la segunda temporada. Que se pusiese a buscar a Grace como una loca y no parase hasta encontrarla y llevarla a casa fue probablemente lo mejor del episodio. Estoy seguro de que todos estábamos deseando que Grace tuviese un desliz y le contase a su madre quién la había llevado a casa.

Que la protagonista haya decidido dejar de verse con Will tampoco es casual. Poco a poco se va dando cuenta de que su jefe esconde secretos que no es capaz de contarle (el desfavorecido retrato que le están haciendo al personaje es uno de los frentes más interesantes de la temporada), y además ha empezado a ver su relación con él como una distracción que le impide centrarse en lo que más le importa: sus hijos.

Lo que quiero decir, en definitiva, es que ninguno de los nueve primeros episodios de la temporada sobra. The Good Wife se construye poco a poco, de manera lenta pero segura. Entrelaza muchas tramas que al final recaen sobre un mismo centro, Alicia. Como además los responsables de la serie saben hacer que el camino sea de lo más divertido, con unos casos originales e impecables y un sutil sentido del humor que cada vez sale a la luz con más frecuencia (casi siempre de la mano de Eli Gold), no puedo encontrar otra palabra para definir la serie más que perfecta. En todos los sentidos y a todos los niveles.

jueves, 1 de diciembre de 2011

'American Horror Story' y los fantasmas de Ryan Murphy

American Horror Story es el gran éxito de la temporada del canal FX. Todos la estamos viendo, y yo mismo defendí que era uno de los mejores estrenos de este otoño, pero lo peligroso de establecer un juicio habiendo visto solo dos episodios es que puede que no tardes en tener que comerte tus propias palabras. Por supuesto que sigo enganchado a las desventuras de los Harmon en su casa de los horrores, sobre todo por el ritmo endiablado que se traen; pero por muy estimulante que resulte este cúmulo de excesos narrativos y estilísticos, tengo que decir que me sorprende que todo el mundo se deshaga en halagos hacia ella. A mí me gusta, que conste, pero no veo calidad en ella (más allá de las interpretaciones) y voy a tratar de explicar por qué:

A Ryan Murphy no tardamos en verle el plumero en Glee, probablemente la serie con los personajes peor desarrollados de la televisión. En American Horror Story empieza a notarse ya en muchas de las decisiones que los personajes toman y en lo que dicen que su personalidad va a ser distinta cada tres episodios. Ellos estarán al servicio de la historia, y no al revés, cosa que se le puede perdonar por el género al que pertenece; pero ya que es una serie de cable que pueden planificar con mayor seguridad, y más como van las audiencias, los guionistas deberían ser capaces de contar lo que quieren sin tener que hacer malabares con los personajes.

Por otro lado, nada de lo que importa en American Horror Story en un momento concreto sigue haciéndolo diez minutos después. En cada episodio encontramos dos o tres giros bastante importantes de la trama, que hacen que los personajes tengan problemas cada vez más gordos sin que dé tiempo a que se solucionen siquiera los que se plantearon en el episodio anterior. Cuando acaben los 13 episodios de esta temporada probablemente no nos encontremos ante algo redondo u orgánico, sino en una carrera sin frenos hacia adelante. Y aunque esto la convierte en algo tremendamente adictivo, también la deja como algo muy poco natural (y da la sensación de que los guiones se escriben sobre la marcha).

El montaje, además, tiene un estilo muy propio y personal, pero desmerece todavía más la serie. Hay personajes que casi parecen estar en dos sitios a la vez, mientras que otros están al mismo tiempo en la casa y no se enteran de lo que le está ocurriendo a los demás aunque estén gritando a pleno pulmón. Y, mientras que los fantasmas entran y salen sin explicación de la casa y es comprensible, que Ben lo haga ya canta un poco más. Pero, con todo, tampoco se puede decir que sea mala.

Por supuesto, no pienso dejarla porque estoy muy enganchado, pero el giro del último episodio ha dejado en evidencia más que nunca estas carencias. Sigue teniendo unas grandes interpretaciones, sigue siendo una propuesta interesante y puede que sea uno de los mejores estrenos de la temporada, pero solo porque el nivel medio es más bien bajo. Dicho esto, ¡qué ganas de ver el siguiente!

viernes, 11 de noviembre de 2011

La eficacia de 'Phineas y Ferb'

Hay tantas razones por las que Phineas y Ferb es muy grande que no sé ni por dónde empezar a hablar de sus cualidades. Y es que estoy seguro de que si digo que es una serie de Disney Channel protagonizada por dos hermanos que, para divertirse en las vacaciones de verano, se dedican a construir cualquier tipo de artefacto mientras su hermana Candance trata de chivarse de lo que hacen no convenzo a nadie. A simple vista, Phineas y Ferb parece una serie infantil normal y corriente, pero nada más lejos de la realidad. Los responsables del proyecto tuvieron claro desde el primer episodio lo que querían hacer: un producto inteligente, con altas dosis de humor absurdo y que no tratase al espectador como un estúpido (a pesar de que su audiencia potencial sean niños). Y lo consiguieron hasta tal punto que el fenómeno fan desatado alrededor de estos dos no se limita al público infantil.

Para crear a los personajes, los guionistas decidieron llevar ciertos tópicos al límite y ridiculizarlos (el agente secreto, la adolescente histérica y el genio malvado). Perry el Ornitorrinco y el doctor Doofenshmirtz, sin duda las estrellas del show, protagonizan su trama paralela, en la que se explotan recursos humorísticos como la vergüenza ajena y el surrealismo que rara vez se encuentran en una serie para niños. Y, además, es más metarreferencial que ninguna de las comedias que se emiten actualmente. Ni Cómo conocí a vuestra madre, ni Cougar Town, ni siquiera Community hacen guiños a episodios anteriores con tanta frecuencia, facilidad y naturalidad. Detrás de la sencilla aunque cargada de personalidad animación de Phineas y Ferb hay mucho talento.

Algo que también llama la atención es cómo evoluciona la serie. Aunque su estructura es absolutamente procedimental, no es nada rígida, y lejos de acomodarse en su esquema trata continuamente de innovar. Es de alabar cuando en un principio parecía que la serie iba a sufrir un reseteo constante al final de cada episodio (como Los Simpson). La relación entre Candance y Jeremy, la rivalidad de Perry y Doofenshmirtz o la amistad entre Baljeep y Buford son tres de los frentes mejor trabajados en una serie en la que, paradójicamente, los dos protagonistas son los personajes más planos, algo que suplen sin problemas con mucho carisma. Cada aspecto está muy cuidado, y con semejante esfuerzo tras ellos no es de extrañar que Phineas y Ferb ya tengan su propia película (que aquí en España se estrenó en cines) y hasta su propio talk show en el que entrevistan a personajes famosos.

Evidentemente, mi vena infantiloide tiene mucho que ver con la simpatía que me provoca esta serie, pero no miento al asegurar que no sólo he logrado esbozar alguna sonrisa mientras la veía, sino que he soltado más de una carcajada con ella. A lo mejor soy muy raro, pero estos tres hermanos (porque Candance, junto a Doofenshmirtz, es una importante fuente de patetismo) y su mascota son tan entrañables y divertidos que estoy seguro de que no hace falta tener diez años para disfrutar como un enano con ellos. Al principio la dejé puesta un par de veces por casualidad en Disney Channel. Luego empecé a ponerla aposta de vez en cuando. Ahora hasta me descargo algunos episodios, pero es que en el área de los tres estados son infalibles cuando se trata de ponerme de buen humor. Y, aparte de contar con un humor más inteligente que el de, por ejemplo, Dos hombres y medio y Reglas del compromiso, tiene momentos musicales genialísimos.


jueves, 10 de noviembre de 2011

'Friends' y el significado de la amistad

Cuando uno ve los primeros episodios de Friends se sorprende de muchas cosas. Phoebe era muy inocente y, más allá de sus múltiples excentricidades y misticismos, tenía buen fondo. Tanto que era capaz de devolver un dinero que el banco le había ingresado por error. Chandler ya recurría al humor y la ironía para protegerse, pero no fue hasta más adelante que su personaje fue retratado como alguien patético. A Monica le gustaba la cocina y se preocupaba siempre por que la casa estuviese limpia, pero aún no había aflorado en ella ese trastorno obsesivo-compulsivo que más tarde veríamos. Ross, en cambio, se mantuvo a lo largo de la serie en la línea en la que lo quisieron conducir desde un momento. Un tipo extraño que renegaba de la soltería y que, tras romper con Carol, deseaba por encima de todo volver a casarse. Ignoraba entonces que cumpliría este sueño… varias veces. Lo mismo ocurrió con Joey, básicamente estúpido, ligón y con buen fondo: desde el principio se nos mostró como realmente sería. Y, por último, teníamos a Rachel Green, el único personaje que siguió una evolución natural inversa a la del resto: de tener una personalidad extrema (rica, malcriada y caprichosa) a suavizar su carácter.

Como en toda serie, los mismos guionistas se van dando cuenta a lo largo de los episodios de qué es lo que funciona. Como la personalidad de cada uno de los personajes era única, decidieron explotarla al máximo, y mentiría si dijese que en las últimas temporadas no estuvieron todos a punto de rozar la caricatura de sí mismos. Si empiezo hablando de Phoebe, aparte de porque es mi personaje favorito, es porque su inocencia dio paso al egoísmo, gustando además su personaje de ridiculizar a sus amigos (siendo Chandler el blanco de muchas de sus burlas). Sin embargo, este fuerte contraste entre cómo se nos muestran los personajes al principio y cómo lo hacen al final convierte a Friends en un producto más realista si cabe. Los protagonistas, al igual que hacemos nosotros, no se muestran tal como son desde el primer momento. Cuando tratamos de caer bien a alguien explotamos los rasgos más amables de nuestra personalidad y escondemos nuestras manías y excentricidades bajo varias capas que sólo saldrán a relucir cuando nuestra relación sea lo suficientemente estrecha.

Y, sin embargo, Friends fue muy grande. Enorme. La progresiva polarización de las personalidades de los seis amigos que tomaban café en el Central Perk fue hasta cierto punto lógica. Rachel se suavizó porque aprendió a ser independiente. Los demás personajes reaccionaron como les correspondía a las situaciones que la vida les presentaba: Chandler se volvió progresivamente más patético conforme sus amigos descubrieron que bajo su capa de sarcasmo se escondía una fuerte debilidad; Monica siempre fue una obsesa del control, lo cual explotó más adelante en su matrimonio y en su trabajo como chef; Ross cada vez era más autocompasivo, pero es que tres divorcios deben de marcar mucho; Phoebe aprendió que no debía dejarse pisotear por nadie, y que sin renunciar a sus principios debía dejar de ser tan inocente; y Joey… siguió siendo Joey.

Friends tenía risas enlatadas, y era una comedia de situación con tres escenarios. Y aún hoy, cuando todo el mundo las critica como si les fuese la vida en ello, no he oído a nadie quejarse de que le impedían disfrutar de la serie. A mí, sinceramente, las risas son algo que no me estorba, como no me estorba que los escenarios sean pocos y los planos limitados, porque el Central Perk y el piso de Monica se convirtieron en lugares acogedores en los que poder sentirse como en casa. Lo que hizo de Friends algo tan grande no solo fueron sus guiones (que podían estar más o menos acertados), sino una química impresionante entre los seis actores que hacía creíble cualquier escena grupal. Combinaciones como Chandler y Rachel, Joey y Ross o Chandler y Phoebe eran poco habituales a lo largo de las diez temporadas, pero en ningún momento nos chocó verlos juntos, porque siempre supieron transmitir entre ellos esa complicidad que convirtió su amistad en la más real que se ha emitido en la pequeña pantalla. Y por eso, por vieja que empiece a verse 15 años después, es difícil ver un episodio de Friends sin una sonrisa en la boca (aunque sea de la novena temporada).