viernes, 23 de diciembre de 2011

La asfixia tecnológica

Desde hace tiempo, el ser humano viene preguntándose si la evolución tecnológica en la que la sociedad se encuentra sumergida tocará techo en algún momento. La experiencia previa nos ha demostrado que no, pues hasta ahora hemos ido evolucionando de manera progresiva y, si cabe, cada vez más rápido. Y al tiempo que este progreso se hace notorio, son más las voces que dudan de que la tecnología no nos sobrepase. Con la vocación de ahondar en estos temas apareció Black Mirror, la miniserie de tres episodios que Charlie Brooker estrenó hace unas semanas en Channel 4 y que emitió este domingo su último episodio.

Cuando se estrenó The National Anthem, el primero de los tres episodios (que son completamente independientes y sólo tienen en común el protagonismo de la tecnología), ya intuíamos que Black Mirror podía ser algo grande. A los tres minutos el WTF? es inevitable. Es probablemente el episodio con más mérito de los tres: se sitúa en el presente y nos muestra la influencia de las redes sociales e internet en el mercado actual de la información, para acabar con una reflexión sobre la hipervisibilidad y las consecuencias que provoca en unos espectadores cada vez más necesitados de estímulos.

El segundo episodio, 15 Million Merits, sin duda el más futurista (me recordó inevitablemente a In Time), es mucho más directo e incluso llega a dar miedo desde el primer plano: la vida constante frente a una pantalla. La sensación de claustrofobia, resignación e impotencia se palpa en el ambiente. Da miedo porque es el resultado de extrapolar de manera directa la evolución que hasta ahora ha tenido el protagonismo de la tecnología en nuestra vida. Ver cómo se utiliza todo esto no ayuda. Sinceramente, sentí una gran liberación al acabar de verlo y volver al mundo real.

El tercer y último capítulo, The Entire Story of You, del que me permito contar un poco más de la trama porque es mucho más predecible, plantea un mundo en el que todos tenemos implantado un chip en nuestro cerebro que graba y almacena todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. A caballo entre el presente y el futurismo, nos hace preguntarnos hasta qué punto es útil la tecnología y si en algún momento no dejaría de mejorar nuestra calidad de vida para empezar a empeorarla.

Lo bueno de Black Mirror es que no sólo tiene los pies mucho más en la tierra que otros productos similares y huye de los artificios, sino que además apoya el relato en historias cotidianas (como el amor o los celos exagerados en una pareja) para que afecte al espectador de manera directa. Disfruta de un guión magnífico y, sobre todo, consigue su cometido: que nos lo pensemos dos veces antes de que la tecnología vaya ganando terreno en nuestra vida cotidiana. ¿O es ya irreversible? No lo sé. Lo que sí sé es que Black Mirror no va a dejar indiferente a nadie, y que más allá de los problemas de ritmo que pueda tener (el segundo episodio es algo lento y para colmo dura más que los demás) te atrapa desde el principio y no te suelta hasta llegar al final. Y tiene muchos momentos WTF?, al nivel de True Blood o AHS. En serio.

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