jueves, 29 de diciembre de 2011

Los ricos también lloran

Se comenta últimamente que, con la crisis que atravesamos, los espectadores necesitamos reírnos y evadirnos de la realidad. Los datos les dan la razón: Modern Family es la serie más vista de la parrilla norteamericana, 2 Broke Girls y New Girl han sido dos exitazos e incluso en España, series como La que se avecina o Aída, con una audiencia modesta, han despuntado en los últimos meses. Ahora bien, esto no tiene que ser necesariamente una consecuencia de la situación económica.

Es curioso, sin embargo, ver cómo otro tipo de productos está teniendo mucho éxito recientemente: los dramas de época protagonizados por gente adinerada. El ejemplo más claro lo encontramos en Downton Abbey, la serie británica de Julian Fellowes que ha dado la vuelta al mundo (ha tenido éxito hasta en nuestro país), ha gozado de unas críticas excelentes y se ha hecho con unos cuantos Emmy. Pero no el único caso: la maniquea Criadas y Señoras se convirtió este verano en el éxito silencioso del año en Estados Unidos, y hasta en España Gran Hotel dio la campanada. Y, al fin y al cabo, si hay un mensaje común que podemos extraer de ellas es que el dinero no da la felicidad, que los ricos también sufren y que los millones no les evitan continuos disgustos. Quizá por eso también está gozando de cierto éxito Revenge.

Estará cogido con pinzas, y probablemente no será consecuencia de la crisis económica, pero llama la atención no sólo el éxito, sino también la atención mediática que reciben estos productos. Todo esto me pasaba por la cabeza mientras veía la primera y excelente temporada de Downton Abbey, que se estrenó el año pasado (yo y mi retraso particular).

Una de las mejores bandas sonoras que he escuchado en la televisión, una fotografía preciosista y cuidadísima, unos guiones extraordinarios con un ritmo endiablado y tener entre sus filas (los personajes se cuentan por decenas) a la magnífica Maggie Smith, cuya figura asocio inevitablemente a la de la profesora McGonagall de Harry Potter (aunque su carrera cinematográfica sea mucho más extensa), deberían de argumentar por sí solos el éxito y la unánime aclamación, pues pocas cosas se le pueden achacar a esta brillante producción histórica. Aún así, hay que admitir que es tremendamente divertido ver cómo los Crawley pueden perder su dinero de un momento a otro y cómo muchos de ellos viven amargados a pesar de tener un sirviente personal que les abre y les cierra las puertas cuando entran a las habitaciones.

Pero me gusta especialmente cómo huye del maniqueísmo, colocando a personajes “buenos” y “malos” en ambos sectores sociales. De hecho, manejan las personalidades grises como nadie, y la mayor parte de los personajes combinan rasgos positivos y negativos: el rencor, la envidia, la compasión, la inocencia... Un par de excepciones serían, sin duda, John Bates, la personificación del bien, y Thomas, una rata de cloaca con forma humana.

Sea como fuere, Downton Abbey, además de retratar el impacto social de eventos como el hundimiento del Titanic o la I Guerra Mundial, es enormemente adictiva. Porque, no nos engañemos, los acontecimientos que dan el pistoletazo de salida a la trama poco tienen que ver con lo que sucederá más adelante, y simplemente sirven de excusa para construir un drama de personajes con muchos tintes culebronescos. Eso sí, muy bien hecho.

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