jueves, 1 de diciembre de 2011

'American Horror Story' y los fantasmas de Ryan Murphy

American Horror Story es el gran éxito de la temporada del canal FX. Todos la estamos viendo, y yo mismo defendí que era uno de los mejores estrenos de este otoño, pero lo peligroso de establecer un juicio habiendo visto solo dos episodios es que puede que no tardes en tener que comerte tus propias palabras. Por supuesto que sigo enganchado a las desventuras de los Harmon en su casa de los horrores, sobre todo por el ritmo endiablado que se traen; pero por muy estimulante que resulte este cúmulo de excesos narrativos y estilísticos, tengo que decir que me sorprende que todo el mundo se deshaga en halagos hacia ella. A mí me gusta, que conste, pero no veo calidad en ella (más allá de las interpretaciones) y voy a tratar de explicar por qué:

A Ryan Murphy no tardamos en verle el plumero en Glee, probablemente la serie con los personajes peor desarrollados de la televisión. En American Horror Story empieza a notarse ya en muchas de las decisiones que los personajes toman y en lo que dicen que su personalidad va a ser distinta cada tres episodios. Ellos estarán al servicio de la historia, y no al revés, cosa que se le puede perdonar por el género al que pertenece; pero ya que es una serie de cable que pueden planificar con mayor seguridad, y más como van las audiencias, los guionistas deberían ser capaces de contar lo que quieren sin tener que hacer malabares con los personajes.

Por otro lado, nada de lo que importa en American Horror Story en un momento concreto sigue haciéndolo diez minutos después. En cada episodio encontramos dos o tres giros bastante importantes de la trama, que hacen que los personajes tengan problemas cada vez más gordos sin que dé tiempo a que se solucionen siquiera los que se plantearon en el episodio anterior. Cuando acaben los 13 episodios de esta temporada probablemente no nos encontremos ante algo redondo u orgánico, sino en una carrera sin frenos hacia adelante. Y aunque esto la convierte en algo tremendamente adictivo, también la deja como algo muy poco natural (y da la sensación de que los guiones se escriben sobre la marcha).

El montaje, además, tiene un estilo muy propio y personal, pero desmerece todavía más la serie. Hay personajes que casi parecen estar en dos sitios a la vez, mientras que otros están al mismo tiempo en la casa y no se enteran de lo que le está ocurriendo a los demás aunque estén gritando a pleno pulmón. Y, mientras que los fantasmas entran y salen sin explicación de la casa y es comprensible, que Ben lo haga ya canta un poco más. Pero, con todo, tampoco se puede decir que sea mala.

Por supuesto, no pienso dejarla porque estoy muy enganchado, pero el giro del último episodio ha dejado en evidencia más que nunca estas carencias. Sigue teniendo unas grandes interpretaciones, sigue siendo una propuesta interesante y puede que sea uno de los mejores estrenos de la temporada, pero solo porque el nivel medio es más bien bajo. Dicho esto, ¡qué ganas de ver el siguiente!

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